Ciclos de mercado: cómo entender sus etapas y no dejarte llevar por las emociones

Cuando todo sube… y nadie quiere bajarse

Imagina que estás en una fiesta. Al principio dudas si entrar, no conoces a todos, la música no es tu estilo, pero ves gente riendo, bailando y pasándolo increíble. En un momento te animas a entrar. Y de pronto, todo parece mejorar. Hay más gente, más luces, más ruido. Algunos incluso dicen que esta fiesta es la mejor que han tenido en sus vidas y durará todo el fin de semana. Pero justo cuando empiezas a sentirte cómodo, la música cambia… y alguien apaga las luces.

Eso es lo que suele pasar en los mercados durante un ciclo alcista. Al principio, hay prudencia. Se buscan fundamentos, se analiza con cautela. Pero a medida que los precios suben, también suben las expectativas. El optimismo se convierte en confianza, la confianza en euforia, y la euforia en imprudencia. Las preguntas cambian de “¿vale la pena invertir?” a “¿qué pasa si no invierto ahora?”. Y ahí, sin darnos cuenta, dejamos de pensar con lógica y comenzamos a actuar por miedo a quedarnos fuera.

Este fenómeno tiene nombre, y lo vivimos una y otra vez: FOMO, el miedo a quedarse fuera. Durante la pandemia, muchas empresas tecnológicas vieron cómo sus acciones se disparaban. Algunos modelos de negocio apenas habían cambiado, pero el mercado los premiaba como si fueran la única solución para el futuro. Miles de inversionistas entraron en ese baile sin saber muy bien la música que sonaba. Y cuando cambió el ritmo, muchos quedaron parados en el lugar equivocado.

En estos momentos, el sentimiento del mercado se vuelve una herramienta tan importante como cualquier ratio financiero. Cuando todos ven oportunidades, conviene empezar a mirar riesgos. Cuando los titulares celebran máximos históricos y hablan de “nuevas eras”, es momento de bajar el volumen y pensar: ¿estoy invirtiendo por convicción o por contagio emocional?

Lo más peligroso de los mercados en alza es que nos hacen sentir invencibles. Pero como recordaba un viejo dicho de Wall Street: “los árboles no crecen hasta el cielo”. Entender esto no significa desconfiar de todo, sino tener un marco mental que permita disfrutar del crecimiento sin perder de vista que los ciclos existen, y que ningún auge es eterno.

Tal vez el mejor consejo en esos momentos no sea decidir si hay que subirse o no. Es preguntarse si uno está entrando con los ojos abiertos o simplemente siguiendo a la multitud. Porque cuando todos quieren subir… puede que ya no quede mucho viaje por delante.

¿Qué son los ciclos de mercado?

Ilustración en cuatro viñetas que muestra las fases del ciclo económico —expansión, auge, contracción y recesión— a través de la evolución de una cafetería, desde su apertura hasta su cierre.

¿Por qué los mercados suben durante meses o incluso años… para luego caer en pocas semanas? ¿Por qué hay épocas donde todo parece crecer sin límites, y otras donde todo se estanca o se desploma? La respuesta está en los ciclos de mercado: una de las dinámicas más poderosas —y a la vez más ignoradas— del mundo financiero.

Un ciclo de mercado describe las etapas que atraviesan tanto la economía como los precios de los activos a lo largo del tiempo. Aunque cada ciclo es único en sus detalles, todos comparten una estructura básica: expansión, auge, contracción y recesión. Estos cuatro momentos no siguen un calendario fijo, pero aparecen una y otra vez con diferentes disfraces.

Durante la expansión, la actividad económica crece: aumenta el empleo, suben las utilidades empresariales, y los inversionistas comienzan a ganar confianza. Esta etapa se siente como viento a favor: casi todo mejora. Luego viene el auge, donde el optimismo se transforma en entusiasmo colectivo. Los precios suben más rápido que las ganancias reales, y muchas veces se empieza a pagar más por expectativas que por realidades. Se habla de una “nueva normalidad” o de que “esta vez es distinto”.

Pero ese entusiasmo tiene un límite. En algún momento, la realidad choca con las proyecciones y empieza la contracción. Las utilidades se desaceleran, el desempleo sube, el crédito se ajusta. Finalmente, llega la recesión: la confianza se desploma, se recortan inversiones, y los precios de mercado suelen corregir con fuerza.

Howard Marks lo resume con una idea poderosa: “No se trata de predecir el punto exacto del giro, sino de reconocer el terreno que estás pisando”. Y es que los ciclos no son pronósticos. Son mapas. No te dicen el día y la hora del cambio, pero te permiten entender en qué ambiente estás operando.

Lo interesante —y peligroso— es que estos ciclos no solo se reflejan en cifras macroeconómicas. También están profundamente ligados a nuestra psicología como inversionistas. Cuando todo va bien, solemos extrapolar ese éxito al futuro. Y cuando algo se rompe, asumimos que todo seguirá empeorando. Esa tendencia humana a exagerar tanto el optimismo como el pesimismo alimenta los extremos del ciclo.

Ejemplos sobran. La burbuja de los tulipanes en el siglo XVII, la manía ferroviaria del siglo XIX, el auge y colapso de las puntocom, la crisis subprime… en todos los casos, una narrativa convincente desencadenó una cadena de decisiones que, colectivamente, infló y luego reventó los precios. No es la primera vez. No será la última.

Comprender los ciclos no significa evitarlos. Significa convivir con ellos sin perder la perspectiva. Porque como decía Peter Lynch, “no puedes cronometrar el mercado, pero puedes prepararte para no cometer errores grandes en los momentos equivocados”.

Sentimientos que alimentan los extremos

Una figura humana con una máscara de confianza que cae, revelando miedo, simboliza cómo las emociones influyen en las decisiones financieras.

Si los mercados fueran puramente racionales, bastaría con tener los datos correctos para tomar buenas decisiones. Pero no es así. Los mercados están hechos por personas. Y las personas, incluso las más informadas, no siempre se mueven por lógica: también lo hacen por miedo, esperanza, codicia o euforia.

Una forma útil de visualizarlo es pensar en un péndulo emocional. En los extremos, el péndulo oscila entre dos polos: la codicia —cuando todo sube y parece fácil ganar dinero— y el miedo —cuando todo cae y se pierde la confianza incluso en lo que antes parecía sólido. El problema no es el movimiento en sí. El problema es que, en cada extremo, muchos actúan como si el péndulo nunca fuera a volver.

Durante las fases de euforia, los inversionistas tienden a creerse más inteligentes de lo que son. Se habla de “nuevas eras”, se justifican precios irracionales con argumentos creativos, y se olvida el riesgo. Se compran acciones solo porque están subiendo. Se repite el mantra de que “si no inviertes ahora, te lo vas a perder”. Es el momento donde se pagan precios demasiado altos por empresas con promesas muy débiles.

En la caída ocurre lo contrario. El miedo se apodera de todo. Se vende en el peor momento, no porque haya cambiado el negocio, sino porque el pánico generalizado contagia. Inversionistas que antes hablaban de largo plazo se rinden a los pocos meses. Se olvida el interés compuesto, se olvidan los fundamentos, y todo empieza a parecer una mala idea.

Este fenómeno, aunque intangible, tiene nombre: sentimiento del mercado. No aparece en un gráfico de Bloomberg ni tiene un valor numérico exacto. Pero se siente. Está en los titulares, en las redes sociales, en las conversaciones de pasillo. Y como todo sentimiento colectivo, suele exagerar: en los techos, infla una confianza desmedida; en los suelos, genera una desesperanza contagiosa.

Tal como advierte Morgan Housel en The Psychology of Money, muchas decisiones que parecen racionales en realidad son emocionales disfrazadas. Las emociones, mal gestionadas, destruyen más valor que las crisis económicas.

¿La clave? No es eliminar las emociones —eso es imposible—, sino aprender a reconocerlas y no dejar que ellas tomen el control. Cuando todos celebran, quizás es hora de revisar tu exposición al riesgo. Y cuando todos entran en pánico, quizás es momento de mantener la calma.

Porque en los mercados, al igual que en la vida, quienes logran mantener la cabeza fría cuando todos la pierden suelen salir adelante con ventaja.

Cómo leer las señales sin adivinar el futuro

Ilustración de un inversionista enfrentando caminos con señales contradictorias como PER, curva de tasas e inversiones de moda, destacando la dificultad de interpretar el mercado.

Muchos inversionistas buscan certezas: el momento exacto para comprar barato o vender caro, la acción perfecta antes de que explote, la señal mágica que les diga qué hacer. Pero si algo enseña el tiempo en el mercado es esto: nadie sabe lo que va a pasar mañana. Ni los expertos, ni los modelos, ni los algoritmos. La inversión no se trata de adivinar el futuro, sino de entender mejor el presente.

Howard Marks lo resume así: “El futuro es incierto, pero no lo es el presente. Podemos no saber hacia dónde vamos, pero sí podemos ver con claridad dónde estamos”. Esa mirada es clave. Y aunque no da certezas, sí permite aumentar las probabilidades de tomar decisiones más acertadas.

¿Cómo se logra eso? Con una lectura atenta del entorno. Existen herramientas —no infalibles, pero útiles— que ayudan a “ubicar el ciclo” sin necesidad de predecir su siguiente paso. Una de ellas es la curva de tasas. Cuando las tasas a corto plazo son más altas que las de largo plazo —lo que se conoce como curva invertida— suele anticipar una desaceleración económica. No siempre ocurre de inmediato, pero históricamente ha sido una señal amarilla confiable.

Otra herramienta es el análisis de valoraciones. Si el ratio PE promedio de un mercado está muy por sobre su media histórica, es razonable preguntarse si los precios reflejan optimismo excesivo. No se trata de vender solo porque está caro, pero sí de evaluar si el precio pagado tiene sentido frente a lo que se espera recibir.

También conviene observar los flujos de capital. Cuando todos están comprando el mismo activo —por ejemplo, ETFs de inteligencia artificial, criptomonedas, o acciones de moda— puede ser una señal de comportamiento de manada. Y si la historia ha demostrado algo, es que las modas del mercado rara vez terminan bien para quienes llegan tarde.

Ahora bien, incluso con estas señales, el desafío sigue siendo emocional. Leer una curva invertida o un PER alto es fácil. Lo difícil es actuar con calma cuando el mercado grita lo contrario. Por eso, más importante que las herramientas es el marco mental con el que las interpretas.

Ese marco debe estar conectado con tu horizonte de inversión, tu tolerancia al riesgo y tu estrategia. ¿Estás comprando porque entiendes el negocio, o por miedo a perder una oportunidad? ¿Estás vendiendo porque cambió tu análisis, o porque te asustaste al ver una caída del 10%?

Joel Greenblatt decía que invertir bien no se trata de adivinar el mercado, sino de comprar buenas empresas a buenos precios… y tener la paciencia para dejarlas crecer. En un entorno ruidoso, esa paciencia vale oro. Porque al final, no es el que predice mejor quien gana, sino el que toma decisiones coherentes y constantes a lo largo del tiempo.

Una historia que se repite, pero nunca igual

Ilustración de un árbol dividido en cuatro estaciones —primavera, verano, otoño e invierno— representando los ciclos del mercado y la evolución natural del tiempo en las inversiones.

Hay un viejo dicho que dice: “la historia no se repite, pero rima”. En el mundo financiero, esta frase cobra un sentido profundo. Los eventos del pasado rara vez ocurren tal cual, pero las emociones, los errores y las dinámicas detrás de cada ciclo tienden a repetirse con sorprendente similitud.

Si miramos los últimos cien años, el patrón es claro: expansión, auge, caída, recuperación. La Gran Depresión en los años 30, la crisis del petróleo en los 70, el estallido de la burbuja de las puntocom en los 2000, la crisis subprime en 2008, y más recientemente la corrección tras el exceso de liquidez post-pandemia. Las causas cambian —políticas monetarias, conflictos geopolíticos, avances tecnológicos— pero el ciclo emocional y económico es muy similar.

En Chile, la historia también rima. El IPSA ha vivido múltiples vaivenes: desde los años de bonanza por el precio del cobre, hasta caídas abruptas asociadas a crisis externas o incertidumbre interna. Las protestas sociales de 2019, el estallido de la pandemia en 2020, o los debates constitucionales de los últimos años, son solo algunos ejemplos de cómo los ciclos globales y locales se entrelazan. Pero quienes mantuvieron la calma y el rumbo, muchas veces capturaron la recuperación cuando el miedo comenzaba a disiparse.

El S&P 500, uno de los principales índices del mundo, también lo refleja. Ha sobrevivido a guerras, crisis sanitarias, inflación, y más. ¿Por qué sigue creciendo a largo plazo? Porque las empresas se adaptan, la tecnología avanza, y los consumidores no dejan de evolucionar. No porque el mundo sea predecible, sino porque es resiliente.

Howard Marks plantea que los ciclos no pueden ser evitados, pero sí reconocidos. Esa es una de las grandes ventajas del inversor que aprende de la historia. No se trata de decir “esto ya lo viví”, sino de ver los paralelos, detectar las señales y ajustar las decisiones con una dosis saludable de escepticismo y humildad.

Benjamin Graham también lo entendía bien: recomendaba siempre contar con un margen de seguridad, precisamente porque el futuro no puede preverse, pero el pasado ofrece muchas pistas sobre cómo se comportan los mercados y las personas.

Comprender que los ciclos riman no es motivo de paranoia, sino de preparación. Y esa preparación no es solo financiera. Es también emocional. Porque en cada nueva versión de un viejo patrón, la tentación es creer que “esta vez es diferente”. Y aunque nunca es exactamente igual, casi siempre tiene mucho de lo ya vivido.

¿Estás preparado para la próxima vuelta?

Ilustración conceptual que muestra las cuatro fases del ciclo económico —expansión, auge, contracción y recesión— como paisajes vistos desde ventanas, representando el paso del tiempo y la observación reflexiva en el mundo de las inversiones.

En la cima de la montaña rusa, todo parece estar bajo control. El viento en la cara, la vista despejada, la emoción colectiva. Pero en algún momento, la subida se detiene. Y cuando empieza la bajada, es demasiado tarde para apretar el cinturón. Algo parecido ocurre con los mercados: el miedo llega cuando nadie lo espera, y quienes mejor lo resisten no son los más audaces, sino los que estaban preparados antes de que empezara la caída.

La verdadera pregunta no es si habrá otra corrección. La historia ya nos respondió eso. La pregunta clave es: ¿cómo vas a reaccionar cuando ocurra? Porque en los mercados, como en la vida, el problema no es que existan bajadas. El problema es no tener plan cuando llegan.

Prepararse no significa ser pesimista ni vivir en alerta permanente. Significa actuar con disciplina, revisar tus decisiones, y construir un portafolio que esté alineado con tu realidad. ¿Conoces bien tu perfil de riesgo? ¿Tienes claro tu horizonte de inversión? ¿Sabes cuál es tu estrategia en caso de una caída abrupta?

Uno de los errores más comunes es confundir precio con valor. Cuando las acciones caen, muchas veces su valor no lo hace al mismo ritmo. Pero si no tienes claridad sobre lo que compraste y por qué lo compraste, es probable que vendas en el peor momento. De ahí la importancia de conocer bien tus inversiones. No basta con saber cuánto subieron. Hay que saber qué tan sólidas son cuando todo tiembla.

Ray Dalio decía que “el peor momento para tomar decisiones es cuando estás emocionalmente comprometido con una narrativa”. Por eso, el plan debe existir antes de que llegue la turbulencia. Y ese plan no solo se basa en números. También considera tus emociones, tus límites, y tu capacidad de esperar sin desesperar.

Estar preparado es entender que esta no será la última vuelta del ciclo. Y que habrá otras. Algunas suaves, otras más violentas. Pero todas serán una oportunidad para quienes llegan con el cinturón puesto, la mirada clara y el corazon tranquilo.

Porque al final del día, invertir no se trata de eliminar el miedo. Se trata de aprender a convivir con él. Y seguir adelante, incluso cuando todo a tu alrededor grite que es el fin del mundo.

Nada de lo escrito aquí constituye asesoría de inversión. Haz tu tarea, duda de los consejos gratuitos y piensa a largo plazo.

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